Nos levantamos con mucha energía, dispuestos a revisar el armario, el mueble o la casa entera. Esta vez sí: el objetivo es destrastear, eliminar lo innecesario, lo que no hemos usado en el último año o, incluso, la ropa que sabemos que jamás volveremos a ponernos.
Pero una hora después revisamos lo que llevamos avanzado y... "esto no puedo sacarlo de casa, ni regalarlo, ni nada... está nuevo! y si lo necesito más adelante?".
Es la pregunta que más nos retiene para eliminar objetos de nuestra vida. El apego y las dudas sobre su uso en el futuro nos hace conservar decenas de cosas (sí, decenas, y digo poco) en casa. Pero la realidad es que no es así. En la mayoría de los casos, no echaremos nada en falta y, si se hace necesario utilizar algo, lo volveremos a adquirir a un precio razonable. Esto nos pasa hasta con las cosas más insospechadas, por ejemplo los papeles, tema del que te hablé
en este post.
El pasado verano tuve que sacar algunos objetos grandes de casa. Tengo la suerte de contar con un trastero en el edificio. Pero cuando bajé, no me pilló por sorpresa que estaba hasta arriba de trastos. Sí, como en las películas americanas. El trastero siempre ha sido uno de los grandes olvidados en mi vida de orden. Era literalmente imposible saber qué había más allá del primer metro. Recordábamos varias maletas antiguas, libros, CDs, pero también algún televisor y ordenador de tubo, botes de pintura, escaleras inutilizables... muchos objetos pertenecían a los antiguos dueños de la casa, y por pereza, jamás los sacamos. Sencillamente fuimos acumulando sobre lo que había.
El tiempo apremiaba. Necesitábamos el espacio más que los objetos que había dentro así que llamamos a una empresa que vacía casas y envía a puntos de reciclaje los objetos que se lleva. Quedamos un día a una hora. Previamente habíamos sacado los objetos que realmente eran necesarios y usábamos con frecuencia: un par de maletas, un trasportín, un ventilador, tres objetos con valor sentimental, y un par de cajas. El resto, que os aseguro que era mucho, salió de allí en tres horas.
(Dos fotos del proceso de vaciado. Lamentablemente no conservo fotos del antes y después. Pero estaba lleno y quedó vacío.)
De esto hace ya siete meses y no he echado nada en falta. Si llevaba años en ese espacio sin ser recordado, tened por seguro que no lo recordaré ahora. Ver el espacio vacío supuso una liberación. No tardó en ser ocupado, pero ya con objetos controlados y con responsabilidad.
Esto mismo realizado en nuestra vivienda sería una locura. Pero si se hace con cuidado, despacio y evaluando cada objeto, es perfectamente viable. Si no lo usas, no lo utilizarás en el futuro. Tenerlo da seguridad, pero no aporta nada más. Seguramente, cuando llegue el momento no recordarás que lo tienes, comprarás otro y al cabo de un tiempo verás que tienes dos en lugar de uno. Tenemos tantos objetos que no pensamos ni siquiera en ello.
En cada post que hablo de este tema me gusta recordarlo: no se trata de tirarlo. Se trata de dividir los objetos en tres montones: para regalar (familiares, amigos, alguien que lo pueda necesitar o aprovechar), para donar (a la parroquia, asociaciones...) y para tirar (lo que está roto, no funciona, etc.). El caso de mi trastero fue especial, pero en casa las cosas deben hacerse con control. ¿Y tú, has vaciado algún "punto difícil" de tu hogar?